Las historias que sobrevivieron

La Biblioteca Nacional de España rememora la lucha contra la censura en su exposición “El Infierno y Las Maravillas”

Después de tomarme el segundo café del día y montarme en un par de líneas de metro, salí a la madrileña Calle Serrano. Empecé a andar,  aunque con torpeza, porque Google Maps sigue sin ser mi mejor aliado. Al levantar la vista de la pantalla me encontré con una señorita en mitad de Plaza Colón: una enorme cabeza blanca indicándome que estaba al lado de la Biblioteca Nacional de España.

En ella se encuentra la exposición “El Infierno y Las Maravillas”, un viaje a las bibliotecas del pasado. Aquellas que albergaban libros prohibidos y censurados como si fueran secretos irrevelables, pero que los mostraron con orgullo en cuanto se liberaron de restricciones.

Cuando digo “viaje” es en todos los sentidos de la palabra, porque nada más entrar al edificio pasé un control digno de aeropuerto. Bajé y bajé escaleras, tan abajo que vi un cartel de bienvenida al Infierno, por suerte solo se trataba de la primera sala de exhibición.

El Infierno hace referencia a las habitaciones donde se escondían las obras que no debían ver la luz, al contrario que las cámaras acorazadas; que guardaban cartografías, relatos únicos y manuscritos como si fueran auténticas maravillas.

 

Qué sorpresa cuando, antes de leer el siguiente cartel explicativo, me crucé con dos simpáticos personajillos que me acompañaron el resto de la travesía: Pau y Leo, que reflexionaban sobre la historia de la literatura y contaban algún que otro dato curioso.

Caminando por el pasillo, mientras que mis nuevos amigos lo hacían por las paredes, atisbé los primeros libros. Una buena parte de los títulos que marcaron mi época del instituto estaban en aquellas vitrinas, con lo que disfruté de La Celestina hace unos años y resulta que hubo adolescentes que no pudieron leerla. Tampoco he de remontarme tan atrás, el mismo libro que tengo en la mesita de noche reposaba en esa sala. ¡Qué pena ver ahí a Bernarda! Más pena fue no ver a Carmen Laforet, la censura también la acompañó.

No solo bastaba con que hubiera censura, sino que además se dividía en categorías. La política regulaba la moral de la sociedad, pero la religiosa iba más allá; escondía la sensualidad, el abanico de la sexualidad y cualquier tipo de representación del placer bajo la excusa de la blasfemia. Es llamativo cómo la censura consiguió tapar tantas creaciones ella sola, ¿será que alguien le echó una mano?

Le ayudara quien le ayudara, no fue la única culpable del maltrato a los libros. Los elementos más comunes de nuestro planeta han sido capaces de poner en riesgo miles de historias, como el fuego, que hizo arder páginas comunistas, judías y opositoras en más de una veintena de ciudades alemanas.

Y aunque el agua parezca poder salvarlas, un “manguerazo” de bombero puede arruinar cualquier tapa. Por suerte contamos con el hielo, que conserva los ejemplares para restaurarlos en cuanto sea posible, y con los supermercados y restaurantes cercanos a las bibliotecas, que prestan sus grandes neveras.

Lamentablemente, no es necesario que haya una situación extrema para que los libros se vean atacados, porque aún cuando las estanterías están en paz, el polvo y la luz desgastan las páginas. Es indispensable invertir en limpieza para evitar la abrasión, y sobre todo, el olvido.

Leo nos explicó a Pau y a mí que “siempre ha habido gente que no quería que las cosas cambiaran”, y que aunque yo acabe de contar que la culpa es del fuego o del agua, “quizá los peores enemigos hayan sido la ignorancia, el desprecio por aprender y la censura”.

Con el paso de los años, cayeron los mandatos y se abrieron las puertas de las cámaras acorazadas. Grandes tesoros de la literatura pudieron ser admirados y estudiados. Además, cada campo de la ciencia empezó a apoyarse en cartografías increíbles.

Después de rebasar dibujos del mundo vegetal y unos cuantos mapas, reconocí un vinilo inconfundible: “El mal querer” de Rosalía. Encima reposaba una novela, “Flamenca”, a la que revivió para llenar su álbum de canciones.

Como sociedad debemos caminar hacia delante y seguir conservando la cultura como nuestro mayor tesoro, pero jamás podemos olvidar nuestra historia, porque nos condenaremos a repetirla.

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