Mujeres y punto

El último 8M volvió a estar marcado por el debate acerca de un supuesto “borrado de las mujeres”, lo que llevó a separar la manifestación en dos. Sin embargo, las mujeres trans no han venido a borrar a las mujeres, entre otras cosas, porque ellas también son mujeres. En un contexto en el que ser trans es un debate constante, no sólo se les cuestiona por su propia existencia sino que, a menudo, se les niega incluso en espacio donde deberían de ser más aceptadas que en ningún otro.

En el momento en el que una mujer trans es leída como mujer, a esta le atraviesan las mismas opresiones que a una mujer cis. De hecho, desde un punto de vista interseccional, una mujer trans sufriría una doble opresión, en las que entrarían los estereotipos que se tienen sobre ellas, ligados a la delincuencia o la prostitución. Ahora bien, lo que no se menciona tan a menudo es la vulnerabilidad económica y social a la que están sometidas´, que les hace elegir caminos que quizás no serían los que ellas prefieren.

Un estudio de la UGT  desvela que el 90% de las mujeres no se sienten aceptadas socialmente. Más del 80% de este colectivo se encuentra en paro y la gran mayoría considera haber salido de los procesos de selección de un trabajo por su identidad de género. Mientras tanto, hasta la aprobación de la ley Trans en febrero de 2023, las personas que no se sintieran cómodas con el género que le asignaron al nacer debían pasar por tratamientos psicológicos y de hormonación durante al menos dos años para ser creídas y que las administraciones públicas dieran por válida su existencia.

Mientras ellas se enfrentan a todas estas adversidades, las llamadas “Feministas Trans-excluyentes” (TERFs, por sus siglas en inglés) son las primeras que no entienden el propio feminismo, o no lo quieren entender. La violencia contra las mujeres es una cuestión estructural, arraigada en un sistema social que premia a la masculinidad y a la cisheteronormatividad. La conclusión que se debería de sacar de esto es es sencilla: las mujeres, cis y trans, deben luchar contra esta opresión juntas, porque afecta a todas.

Ahora bien, el quid de la cuestión es que la cisheteronomatividad, como la palabra indica, da privilegios a las personas cis, heterosexuales y normativas en su expresión de género, lo cual afecta principalmente a las personas LGTBIQ+. Entonces, quienes excluyen a las personas trans del feminismo están perpetuando el sistema impuesto y defendiendo su posición social privilegiada como personas que encajan en la cisheteronormatividad, por lo que jamás habrá un cambio social que surja de ellas. Las TERFs pueden decir ser más feministas que nadie, pero lo único que hacen al legitimar la transfobia es lo mismo que ellas critican: excluir y mantener sumisas a quienes están peor que ellas.

A estas alturas, en pleno siglo XXI, no es solo que tengamos que “aceptar” o “tolerar” a las mujeres trans, esas expresiones deberían de estar más que superadas. Las mujeres trans son mujeres a las que el patriarcado, sus roles de género y su violencia afecta igual —o más— que a cualquier otra. Por eso mismo, el movimiento feminista debería de ser un espacio seguro para ellas, donde hacerlas sentir válidas, escuchadas. El movimiento feminista debería de ser un espacio de aprendizaje común, donde todos los cuerpos y vivencias son válidos. El feminismo no es una lucha entre mujeres, sino un lugar que ponga los cuidados en el centro frente a la sociedad a menudo da la espalda a las personas disidentes por su mera existencia.

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