“Después de tres meses de encierro… ¿Me voy a meter en un teatro? Que le den por culo, yo quiero ir a la playa”

Tiene ganas de contarlo todo. Ana Belén Santiago es periodista y se nota, aunque no ejerce. Es programadora del Teatro del Barrio (TdB), una pequeña sala en el corazón de Lavapiés (Madrid). Todas las funciones y espectáculos pasan primero por sus manos. Hace maniobras con el arte. Estudia géneros, formatos, artistas… y crea puzles en los que intenta encajar cada show con la hora, el lugar y el contexto social que requieren. La pandemia ha sido todo un reto. 

Parece muy tranquila cuando entra en la videollamada. Nos recibe vestida con un chaleco de labranza desde su casa de campo. El lugar transmite calma, ella también; pero detrás de un gesto amable y tono sosegado, se percibe cierto estrés. Lo confirma: “No podré charlar más de veinte o veinticinco minutos”.

La semana anterior a que se decretase el Estado de Alarma en España, la mayor parte del sector teatral se reunía en la dFeria de teatro y danza, en Donostia: una carrera a contrarreloj de funciones, reuniones con programadores, encuentros con autores… una amalgama de teatros atiborrados, reencuentros, abrazos e ilusión desbordante: “Nadie tenía conciencia, lo de las pandemias era ciencia ficción”.

Casi de un día para otro, las caras de plenitud se tornaron en rostros mustios y preocupados: “Me dice la concejala que tengo que irme”, “En mi sala ya han suspendido actuaciones”. El miércoles 11 le llegó el turno al Teatro del Barrio: fue su última función. La gestión del teatro, cuenta Ana Belén,  fue extenuante: “Lo siento mucho, no tengo ni idea de qué hacer”, dijo a los responsables.

El Teatro del Barrio apagó sus focos sin saber que más de 60 actuaciones programadas iban a cancelarse. “Fuimos suspendiendo en función de las prórrogas del Estado de Alarma”. Fue una decisión difícil, reconoce, sobre todo cuando eran conscientes de que algunas de las compañías con las que trabajaban, se asomaban a un abismo económico del que no iban a poder salir.

En su caso, el ERTE fue fundamental y ha conseguido salvarles, pero la situación del Teatro del Barrio es una excepción. La sala no sufre la precariedad de gran parte del conglomerado artístico y teatral en España. “Las ayudas del gobierno han sido ajustadas a la realidad, pero estaban destinadas a estructuras empresariales”, explica. “Están diseñadas en base a la ley, pero el problema es que muchos artistas ni son S.L., ni autónomos ni están dadas de alta en nada”. Con mucha insistencia, repite que el principal problema está justo en la base.

Hace un especial esfuerzo por explicar -un poco enfadada- que la cultura en España se entiende como “una actividad más del sistema productivo”, no como “un eje de salud social”. “El problema no son las ayudas, es cómo queremos colocar la cultura y la actividad cultural en nuestro sistema de valores”, añade. 

La alta ocupación en los teatros, “una especie de activismo”

En verano de 2020, la Comunidad de Madrid permitía abrir salas sólo al 30% de aforo. El Teatro del Barrio esperó a septiembre por petición de artistas y compañías. Reconoce que le sorprendió: “Qué menos que sacar 200 euros para comer”. 

Con esa capacidad de radiografía que ha demostrado en estos quince minutos, Ana se muestra tajante con lo que esperaba del público el verano del 2020: “Después de tres meses de encierro, ¿Me voy a meter en un teatro? Que le den por culo, yo quiero ir a la playa”, ironiza entre risas, al tiempo que deja entrever que comprendió y compartió esta actitud. De noviembre a diciembre, en cambio, el público se volcó con el TdB con ocupaciones del 80%: “fue brutal, una especie de activismo para apoyarnos”, añade emocionada.

La pandemia no sube a las tablas

Se dice que el teatro es un reflejo de la sociedad y quizá por eso la “tristeza y el agotamiento” se palpan estos meses en los escenarios, reflexiona. Al preguntarle si cree que la pandemia ha servido para alimentar nuevos textos, o al menos nuevos espíritus; deja claro que ese ‘boom artístico’ todavía está por llegar. Hacen falta esos locos años 20 que se prometen después de la vacuna. “Cuando paremos de hacer orgías por las calles y podamos ser felices, ya reflexionaremos sobre lo vivido”.

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