Tras la pandemia, el telón sube de nuevo

El teatro lírico ha saltado de crisis en crisis. Cuando comenzaban a recuperarse definitivamente de la dura situación económica causada por la crisis del 2008, la pandemia de la COVID-19 llamó con fuerza a las puertas de los teatros españoles, abriéndolas para dejar salir a todos los trabajadores y cerrándolas tras de sí durante meses. Los teatros siguen sobreviviendo al golpe que la pandemia ha supuesto para ellos. Igual que el resto de sectores de la economía española, continúan adaptándose para poder seguir ofreciendo el espectáculo que les da no sólo ingresos, sino también vida. 

“Nos reunió la directora general del INAEM (Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música) y nos encontramos con la noticia de que era tal la cantidad de casos que se venían encima que lo más efectivo era quedarnos en casa”. Así cuenta Daniel Bianco, director del Teatro de la Zarzuela de Madrid, cómo recibió, el día 11 de marzo, la noticia del cierre no sólo del teatro, sino de la cultura española al completo. Esto llegó en un momento decisivo para la industria. Tras la crisis del 2008, que afectó al teatro lírico muy duramente a partir de 2012, comenzaban a recuperar datos positivos y de crecimiento de audiencias y beneficios.

“En un teatro, uno entra con un gesto de solidaridad, para que otro le cuente una historia, una mentira, y uno se la crea”. Así describe Daniel Bianco la experiencia de vivir el espectáculo del teatro lírico. Este es un género que, generalmente, parece estar únicamente orientado a la población adulta. Sin embargo, empieza a adaptarse no sólo a las nuevas generaciones, sino también a las nuevas circunstancias. “Los niveles de adrenalina de hacer teatro lírico en directo son altísimos”, aporta Borja Quiza, barítono lírico gallego. “El público es muy responsable de que una función sea memorable o no”, continúa el barítono; “sin la gente, no tiene sentido”. En España, el género lírico cuenta con gran tradición histórica. Gran porcentaje de su público lleva años permaneciendo fiel a esta industria. Ahora, se inician proyectos nuevos como el proyecto Zarza en el Teatro de la Zarzuela de Madrid para atraer a las generaciones más jóvenes. Así, se intenta garantizar la supervivencia de un género con una larga trayectoria. 

La lírica española cuenta con sedes tan importantes a nivel nacional e, incluso, internacional, como el Teatro Real de Madrid, el Teatro de la Zarzuela, el Teatro de la Maestranza de Sevilla o el Gran Teatre del Liceu. 

En 2019, según SGAE (Sociedad General de Autores y Editores), las 1.334 funciones del género lírico atrajeron a 777.554 espectadores de diversas zonas del territorio español. Esto permitió un aumento de un 1,6% en la recaudación con respecto al 2018. La industria comenzaba una recta ascendente, lenta pero continua, que auguraba un año 2020 de mayor crecimiento. “Es un sector difícil; el teatro lírico es un espectáculo muy caro que siempre necesita de inversión pública o privada para subsistir, y cada vez es más difícil convencer”, cuenta Borja Quiza. Sin embargo, como ocurrió con el resto de la economía española, la pandemia del coronavirus truncó de manera inesperada sus expectativas de futuro

El cierre de la cultura española

A comienzos de marzo, el teatro lírico público y privado tuvo que cerrar. Fue necesario reestructurar toda la planificación y adaptarse a las nuevas circunstancias. “En 2019 empezábamos a levantar cabeza de la crisis de 2008, y ahora nos dan otro golpe y vuelta a empezar, vuelta al suelo y vuelta a intentar levantarse a lo largo de los años”, cuenta Borja Quiza con un deje de cansancio y desesperanza en la voz. 

Para los directivos y trabajadores de la industria de teatro lírico español, recordar aquel miércoles 11 de marzo de 2020 es algo doloroso. Para aquellos que tuvieron que comunicar la noticia a los teatros tampoco fue fácil. “No había nada que decidir ni nada que hacer, lo único era comunicarlo cuanto antes y cómo explicarlo bien”, cuenta Marta Rivera de la Cruz, exconsejera de Cultura y Turismo en la Comunidad de Madrid. Marta Rivera fue la encargada de llamar a diversos teatros y comunicar que la actividad estaría parada temporalmente. Esa estimación inicial de dos semanas de parón no solo cultural sino general en España se fue alargando.

Diversas asociaciones e instituciones del ámbito lírico como el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música, la Asociación Ópera XXI o la Asociación Lírica Asturiana Alfredo Kraus, entre otras, se pusieron manos a la obra. Comenzaron labores de adaptación y de planificación del trabajo de cara al confinamiento a nivel nacional. Los teatros, a su vez, iniciaron ese 11 de marzo un proceso de reestructuración de las carteleras

El confinamiento y el verano

La Pandemia lo cambió todo. Los meses de confinamiento demostraron la importancia de la cultura, lo inherente del arte en el ser humano. Se hizo evidente la necesidad que tenía toda la población de volver a disfrutar de la cultura en directo. Había que recuperar las artes vivas, la música en directo, la lírica y la danza, que se habían quedado encerradas en los teatros.

Desde que se dio la orden de clausurarlo todo, en el Ministerio de Cultura y Deporte empezaron a estudiar la estrategia de reapertura. Se valoraron los puntos más sensibles, que no se encontraban dentro de las salas, sino a la entrada y a la salida de las funciones, cuando más susceptibles son de producirse las aglomeraciones. Se creó para ello un protocolo, un sistema radical de entrada y salida por turnos. Un miembro del personal del teatro siempre quedaría pendiente de dejar claro cómo y cuándo hacerlo. Con el visto bueno de Sanidad se puso en marcha en cuanto se pudo, pero aún faltaba lo más importante: tener qué representar. Desde cada centro se trabajó para que los títulos no se cancelaran. Así, la gran mayoría consiguió que se programaran en otra fecha. El teatro no está formado solo por aquellos que dan la cara, sino que hay un equipo muy grande detrás que no podía permitirse quedarse congelado. Esta fue una labor difícil, de encaje de bolillos. Cuadrar los próximos títulos no fue siempre una tarea sencilla pero que, en palabras de Daniel Bianco “se hizo con mucho convencimiento”.

Estreno de la temporada en el Teatro Real. El director de orquesta, Nicola Luisotti, está saludando a la orquesta tras acabar la ópera "Un ballo in maschera" de Verdi
"Un ballo en maschera", ópera de Verdi. Teatro Real. Imagen de José Joaquín Martínez (CC BY 4.0)

Siempre se optó por la prudencia y es por ello por lo que España se encuentra a la vanguardia de tantos otros países en el mundo, en cuanto a cultura en tiempos de pandemia. Las cosas se han hecho bien y respetando los tiempos. 

Desde el Teatro de la Zarzuela, por ejemplo, se aprovechó el parón de verano para trabajar por redes sociales. Grabaron una miniserie web y trabajaron en el Espectáculo de la Música Europea organizado por el INAEM. Han promovido el uso de herramientas no teatrales con el fin de mantener el contacto con el público que, al fin y al cabo, son el 50% del espectáculo.

Las nuevas medidas Covid

Un teatro vacío es un cuerpo sin alma. Septiembre fue para España el mes de reapertura de muchos teatros que estrenaban temporada después del encierro.

Los centros no estaban preparados para la pandemia, y por eso hubo que adaptarlos, así como las obras que a día de hoy se representan sobre los escenarios y todos los procesos de producción. Es importante cuidar al público restringiendo el aforo, limitando el tiempo de duración de las obras, separando las butacas o asegurándose de que las entradas y salidas se hagan de forma escalonada y segura. Sin embargo, también hay que proteger al personal. Para ello, se ha establecido como norma la realización periódica de tests de antígenos. Asimismo, se evita compartir camerino y se mantienen las estancias muy bien ventiladas. De igual manera se han adaptado las obras para que sea mínimo el contacto entre actores y se guarden siempre las distancias.

La mascarilla, además, se ha convertido en el aliado indiscutible de la cultura. Así quisieron reflejarlo desde la Conserjería de Cultura poniendo en marcha una campaña que dejaba claro, desde el primer momento, que la única forma de llevar una vida más o menos normal era aceptando que, de ahora en adelante, habría que llevarla siempre. España se llenó entonces de carteles y viñetas que promovían la cultura segura. El mensaje caló tan hondo que la primera función se agotó en 48 horas. Incluso la Familia Real se unió a esta iniciativa y la respuesta del público no se hizo esperar. La gente demostró enseguida que tenía necesidad de sentir el arte.

Para los artistas tampoco fue fácil. La mascarilla que ha salvado los teatros supone para ellos un obstáculo más.  Rocío Pérez, cantante de ópera, describe su experiencia en los ensayos como algo agotador. “Con la mascarilla, la sonoridad es distinta, acabas apretando sin querer y a veces casi es mejor no cantar”, cuenta Rocío Pérez. Todo esto después de haber pasado un confinamiento en el que los ánimos de los artistas se resintieron hasta el punto de que muchos, incluso, dejaron de cantar. La emoción motiva una buena actuación e influye tremendamente en la voz. Por eso, durante la pandemia, se trató de cuidar a las compañías y a los cantantes ofreciéndoles alternativas que los conectaran con el fin último de su profesión: el público. “El streaming es un sucedáneo malo”, en palabras de Borja Quiza. Sin embargo, este afirma que ha permitido mantener viva la cultura hasta que la situación sanitaria ha permitido a público y artistas encontrarse en ese otro mundo tras el telón en el que incluso las mayores tragedias y sufrimientos pueden transformarse en algo bello y reparador.

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