En estos tiempos de crisis de vivienda, una acertada mirada al pasado permite la reconstrucción parcial y relativa de los orígenes, límites y efectos de la desigualdad.
El pasado lunes se publicaba en la revista científica PNAS un estudio científico-arqueológico que revelaba un surgimiento de la desigualdad dispar al previamente establecido por grandes pensadores como Jean-Jeacques Rousseau (1712-1778). Los expertos estadounidenses trabajaron en un conjunto de más de 53 000 viviendas en, aproximadamente, mil yacimientos arqueológicos remontados 10 000 años atrás. En base a los resultados de este análisis, los sociólogos y demás especialistas del Proyecto Dinámicas Globales de la Desigualdad o GINI aportan esclarecedores datos acerca de los factores y consecuencias que protagonizaron los inicios de las desigualdades en términos del hogar.
Históricamente, se ha relacionado directamente el surgimiento de las primeras ciudades y la agricultura con la desigualdad social. La persistencia en los asentamientos que llegó de la mano del sedentarismo se asumía como aspecto de ineludible separación social y económica entre los fundadores de las primeras ciudades. Este factor de persistencia se enlaza con el concepto de sostenibilidad: las urbes, cada vez más longevas, iban adquiriendo cotas de sostenibilidad más considerables. Se asocia también a la capacidad de las sociedades de recuperarse de shocks exógenos o situaciones de desequilibrio interno. Cabe preguntarse qué niveles de sostenibilidad y de recuperación hallarán en los siguientes 10 000 años los futuros arqueólogos, si es que los hay. En sociedades líquidas, de contratos precarios y alquileres imposibles, la persistencia en la vivienda es definitivamente esclarecedora para delimitar niveles de desigualdad.
El fenómeno esencial que estudian los científicos del PNAS y que reinterpretan después los historiadores, economistas y sociólogos del GINI son las dimensiones de vivienda. Podemos volver a imaginar a los expertos venideros cotejando los más de 5 millones de hogares unipersonales que recoge el INE en su último censo (un incremento del 19,3 % con respecto a hace diez años). Efectivamente, los parámetros de desigualdad ubican en una posición más alta en la escala de riqueza o renta aquellas casas que presentaban un mayor tamaño. Sería sencillo comprobarlo actualmente en el barrio residencial de La Moraleja, por ejemplo.
El estudio de la PNAS manifiesta la existencia de muchos tipos de desigualdad. También su carácter maleable y no ligado intrínsecamente al Neolítico, como se ha venido asumiendo en décadas y siglos anteriores. Durante el primer milenio de comunidades agrícolas, la desigualdad y la “división de clases” (término completamente atemporal, pero útil en nuestro contexto) aguardaron un turno más largo para salir al ataque. Actualmente, la desigualdad ataca voraz a las sociedades, a aquellas, probablemente, con menores valores de persistencia, sostenibilidad y dimensiones espaciales en sus hogares. Los sociólogos norteamericanos reflexionan hasta qué punto la sostenibilidad es indicativa de igualdad o de su opuesto, teniendo en cuenta la perspectiva desde la que se puede observar.
Si la sostenibilidad depende de Zonas de Bajas Emisiones cada vez más amplias que obligan a los habitantes de barrios obreros a hipotecarse para poder acceder en coche a sus hogares, o de compartir piso hasta los cuarenta, o de la esclavitud del Tercer Mundo maquillada de progreso, tal vez esta sea ciertamente cuestionable.
Es importante construir Estados de progreso y no de exclusión. Este estudio arqueológico puede ser un punto de inflexión clave, ya que permite el cuestionamiento de todo lo anterior. El acceso a la vivienda es o debería ser inapelable para las instituciones; la mirada científica facilita una vuelta al pasado más perspectivista, concreta y refutada, que puede otorgarnos las claves para rechazar errores pasados y acoger medidas y dinámicas paulatinamente más justas. El viaje al espacio de unos pocos podrá servir para establecer dicotomías de los niveles de riqueza en un futuro, pero, definitivamente, no propicia sociedades más igualitarias.