La gerente de la indumentaria valenciana Hijas de Carmen Esteve revela cómo conjuga tradición y sostenibilidad en la indumentaria
Cada puntada en el taller familiar Hijas de Carmen Esteve —fundado en 1948 en Alzira— cose una porción de historia valenciana. A sus 34 años, María Rubio dirige la tercera generación de la firma que confecciona los trajes más codiciados de las Fallas. Rodeados de rollos de seda y del chasquido rítmico de un telar jacquard, conversamos sobre tradición, innovación textil y el privilegio —según confiesa— de «vestir a la influencer más grande que existe en València: la fallera mayor».
1. Raíces familiares
P. Tu abuela Carmen fundó el taller hace casi 80 años. ¿Qué legado sientes más vivo en 2025?
R. El gusto por el detalle y la ética del trabajo lento. Mi abuela bordaba de madrugada para aprovechar la luz fría de las bombillas y decía que el canutillo debía brillar «como el día de la cremà». Aun hoy, antes de entregar un traje, apago las luces del taller y reviso con una lámpara de 40 vatios cada puntada; la prueba de fuego sigue siendo ese destello.
P. ¿Recuerdas tu primera prenda?
R. Sí, un corpiño infantil con seda de espolín reciclada. Tenía 12 años y mi madre me dejó la máquina de coser bajo vigilancia. Cuando lo vio terminado, me dijo: «Ya sabes por qué no hay dos trajes iguales: cada mano deja su pulso». Ese comentario cambió mi forma de ver la costura: entendí que coser es firmar sin tinta.
2. Tradición vs. tendencia
P. ¿Cómo se innova en un oficio tan ritual?
R. Innovar no es pegar lentejuelas porque lo dicta Instagram, sino reinterpretar la silueta dieciochesca para cuerpos contemporáneos. Hemos introducido corte láser en los forros, reduciendo 300 gramos por traje, y usamos escaneado 3D para ajustar el justillo sin pinzas extra. La clave es que el público no note la innovación: que el traje siga pareciendo salido de un lienzo de Goya, pero se sienta ligero como una blusa de lino.
P. ¿Cómo manejas la presión de las redes y la ortodoxia de los jurados falleros?
R. Con pedagogía. Si una influencer pide más escote, explico que el escote amplio del XVIII era funcional para amamantar; no era ornamento sexual. Cuando comprenden esa lógica histórica, aceptan limitaciones y ganan un dato cultural que luego comparten. Convertir al cliente en aliado es la mejor estrategia de diseño.
3. El hito de la fallera mayor
P. Dices que la fallera mayor es la mayor prescriptora. ¿Por qué?
R. Porque su traje marca la paleta cromática de más de 11 000 comisiones. Cuando la vestimos sentimos una responsabilidad indescriptible. Un error en el dibujo del espolín podría replicarse en centenares de encargos. Es, literalmente, nuestro escaparate mundial.
P. ¿Qué exige el protocolo?
R. Tres juegos completos —mañana, tarde y gala— que suman 42 metros de seda natural, brocado con oro francés de 24 quilates y 180 horas de costura manual. Además, seguimos una regla no escrita: ninguna puntada debe verse por el revés; el interior del traje debe ser tan pulcro como el exterior. Esa obsesión es la diferencia entre indumentaria y disfraz.
4. Materia prima y sostenibilidad
P. La seda valenciana se importa ahora de China. ¿Pierde autenticidad la indumentaria?
R. No, porque la historia de la seda valenciana siempre fue global: en el siglo XV venía del Levante asiático y en el XIX de Lyon. La autenticidad está en el telar jacquard y en teñir aquí con recetas tradicionales. Utilizamos seda certificada y tintes sin cromo; además, ajustamos patrones con IA para reducir desperdicio. Hemos rebajado un 12 % el consumo de tejido en cuatro años.
P. ¿Hay demanda de opciones “eco”?
R. Crece cada temporada. Ofrecemos forros de cáñamo valenciano y bordados con hilo de plata reciclada de dispositivos electrónicos. Incluso estamos experimentando con un acabado hidrófugo a base de cera de arroz para evitar el uso de sprays sintéticos. La tradición se salva cuando dialoga con la sostenibilidad.
5. Economía creativa y UNESCO
P. Las Fallas son Patrimonio Inmaterial desde 2016. ¿Qué impacto ha tenido en el negocio?
R. Notable: turistas que antes compraban abanicos ahora reservan cita para un justillo. El sello UNESCO legitimó a los artesanos y frenó el mercado de disfraces low‑cost. Además, nos obliga a documentar los procesos: por cada traje levantamos un cuaderno con fotos de cada capa. Esa trazabilidad enamora al cliente y preserva la técnica para el futuro.
P. ¿Corre peligro el oficio pese a ese impulso?
R. El riesgo es el relevo. Por eso abrimos una escuela‑taller gratuita con 15 plazas becadas. El primer día doy a cada alumno una aguja de hueso para que sientan la fragilidad y la continuidad histórica. El 80 % sigue el curso completo y al menos 5 se quedan en el taller.
6. Relevo generacional y futuro del oficio
P. Tu taller cumplirá 80 años. ¿Quién tomará la aguja cuando decidas parar?
R. Mi sobrina, de 17 años, ya domina el bordado de realce, y tres aprendices becados cursan FP de Moda mientras practican aquí. No basta con coser: deben conocer historia del traje y química de tintes naturales. Nuestro sueño es celebrar el centenario con la cuarta generación al frente.
P. ¿Qué amenazas ves en la próxima década?
R. Falta de mano de obra cualificada y falsificaciones ultrarrápidas. Pero confío en que la moda rápida se canse de imitar lo que no entiende: la autenticidad siempre regresa. La prueba es que nuestras listas de espera han crecido un 40 % post‑pandemia.